ENTREGA
En su trono sublime, Dios, me avala,
y al olvido no da mi voz ansiosa.
Él la súplica mira lastimosa,
y el gemido que un hijo suyo exhala.
Es la mano de Dios la que regala
al que mira su luz maravillosa,
que le brinda la paz en que Él reposa,
y le limpia del cieno en que resbala.
En su trono está Dios que me ilumina,
como antorcha que luce en la tiniebla,
con palabra que enseña y que fascina.
Miraré hacia el Señor; la luz divina.
Clamaré sin cesar y entre mi niebla,
mostraré la dolencia que me espina.
Rescatado de ruina,
jubiloso loaré sus bendiciones,
y obtendré con su amor, su disciplina.
Autor: Rafael Marañón
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